domingo, 16 de septiembre de 2018

Adaptación

Bueno, parece que salgo de un agujero y caigo en otro. Antes del verano, cuando ya me estaba recuperando de la lesión del pie y empezando a entrenar de nuevo, se me inflama el ligamento lateral interno de la rodilla. Pero esta vez lo tuve claro enseguida: aunque iba a tardar más en curarse, no iba a parar completamente. Así, salía a correr un día, descansaba dos o tres días, dependiendo del dolor, y vuelta a empezar. Después de dos meses, aún no se ha curado del todo, pero ha mejorado mucho. Ahora estoy saliendo tres días a la semana, siempre por caminos de tierra, entre 12 y 17 km.

Caminos de la comarca del Urgell.

El ritmo por los suelos, pero he conseguido uno de mis objetivos, que era perder lastre. Ahora me siento bien, mucho más ligera.

Perdiendo lastre


Claro que me gustaría poder volver a correr como hace un año, más rápido y distancias más largas, pero estoy contenta porque he conseguido adaptarme a las circunstancias. Cuando estas cambien, será el momento de plantearse nuevos objetivos.


domingo, 6 de mayo de 2018

¿Aviso del destino?

El domingo pasado salí al mediodía a correr un rato. La idea era hacer unos 21 km, a ver si tenía buenas sensaciones que me animaran a apuntarme a la media maratón de Tàrrega de la semana siguiente. La cosa iba bastante bien y, para completar la distancia, a un kilómetro de casa decidí hacer un tramo de 1 km de ida y vuelta por una carretera local recta y llana recién asfaltada. Ya llevaba 18 km, mantenía el ritmo y me encontraba bien, así que casi había decidido que en cuanto llegara a casa me apuntaría a la carrera.
Carretera de Sant Martí, después de las obras de renovación.
En el margen de esa carretera siempre había habido marcas que algún corredor anónimo había pintado cada 100 m. La verdad es que se trata probablemente del único sitio llano de Tàrrega donde poder hacer unas buenas series largas. El problema es que la carretera no tiene arcén, y hay que ir con mucho cuidado. Desde que la asfaltaron hace unos meses, las marcas habían desaparecido, pero ese día las volví a ver de nuevo reluciendo fosforitas sobre el negro asfalto. Cuando llevas unos cuantos kilómetros en las piernas, cualquier estímulo externo representa una forma de evadirse del esfuerzo, así que, sin darme cuenta, empecé a mirar las marcas y a buscar las siguientes, preguntándome si llegarían hasta el kilómetro o pararían antes. Pero no llegué a averiguarlo ya que, a los 300 m, ya había perdido la concentración, me despisté, tropecé con el margen de la carretera y fui a dar con mis huesos al suelo. El resultado, heridas por abrasión en las manos, la rodilla, y un golpe en el hombro. Allí me quedé, sentada en el suelo, valorando la situación. Dudé si acercarme al ambulatorio a que me curaran, pues las heridas eran un poco feas, pero lo descarté enseguida, me levanté y seguí corriendo hasta casa para curarme yo misma.

Psicológicamente, pasé del optimismo a la duda en tan sólo un instante. Quise pensar que era un aviso del destino y decidí no apuntarme a la carrera. Así que seguiré entrenando como siempre y adaptándome a las circunstancias del día a día.



domingo, 22 de abril de 2018

Cuesta arriba

Volver a entrenar desde cero después de un parón largo es como correr cuesta arriba. Y sin ver el final de la cuesta. Es peor que cuando se empieza a correr, porque entonces cada pequeña mejora supone un gran logro, mientras que ahora sólo puedes comparar y ver todo lo que te falta para llegar a donde estabas antes.
Hoy, como todos los domingos, tocaba salida larga. El domingo pasado logré correr 16 km y hoy me he exigido un esfuerzo extra para completar 20 km. Es que dentro de dos semanas es la media maratón de Tàrrega, y aún no tengo claro si apuntarme o no. Como socia del club organizador, tengo dorsal y regalo gratis. Además, sería la manera de volver a la competición después de un año, a ver si me vuelvo a enganchar. Pero no sabía si ya estaba preparada para esa distancia, y en cuánto tiempo la podría completar en mi lamentable estado de forma. El experimento no ha ido del todo mal, ya que he acabado el entrenamiento, pero he llegado muy cansada y a un ritmo muy lento. El domingo que viene haré una prueba más y entonces decidiré lo que hacer.

¡Ya os contaré!


martes, 3 de abril de 2018

Cómo lidiar con un día malo

Hay veces que tienes el día malo. Sin motivo aparente, te encuentras desanimada y con una gran carga de negatividad.

Sin embargo, hoy no era un mal día. Mientras todos han vuelto a la rutina, yo sigo de vacaciones, ya que pronto cambiaré de lugar de trabajo y tenía que gastar todos los días de permiso que me quedan.  Recuerdo que ayer estaba contentísima de no tener que levantarme a las 5 de la mañana durante una semana más. Y, aunque a las 5 tenía ya los ojos abiertos, ¡no me he levantado hasta las 9!
Detrás de la niebla, siempre está el sol.
Me he conectado a internet, a ver con qué noticias nos despertamos, y también les he echado una ojeada a las redes sociales. Y ahí ya he visto que tenía un día malo. Una simple publicación que ha compartido una amiga sobre los juegos de nuestra infancia, que en nada se parecen a los de ahora, ya me ha puesto triste. Y la actualidad política no ha contribuído en nada a mejorar mi estado de ánimo. Luego, he retomado un trabajo que tenemos en marcha. Ayer estaba muy emocionada con publicar una investigación sobre una región volcánica. Pero hoy ya no veía que fuera una aportación interesante.

Era el momento de reaccionar. Así que he apagado el ordenador. Sin descuidar las labores diarias, he ido a hacer la compra a tres supermercados distintos, pues en cada uno encuentro diferentes productos que me gustan. Luego he dejado la comida preparada. Y, finalmente, el momento que había programado: me he calzado las zapatillas.

Me encanta correr al mediodía, es mi hora favorita, aunque sólo lo puedo hacer los fines de semana. Hoy en cambio, podía aprovecharlo. Además, por primera vez desde el año pasado, la temperatura era tan agradable que podía salir en pantalón corto y manga corta. Adoro el calor. Hoy era día de música, así que me he puesto los auriculares y he salido a correr. He estado una hora disfrutando del esfuerzo, del sol, de los caminos solitarios. Adaptando el ritmo a la música. Sin pensar en nada, sólo pendiente del terreno que pisaban mis zapatillas. Hasta que ha sido la hora de volver.

Y, cuando he llegado a casa, ya volvía a estar en equilibrio.

lunes, 26 de marzo de 2018

Saliendo del agujero

Aún no puedo cantar victoria, pero parece que poco a poco voy saliendo del agujero. Ya hace 4 meses de mi lesión del pie, y durante casi todo este tiempo he estado completamente parada, excepto unas salidas en bicicleta de montaña y algo de esquí durante los fines de semana. Esta lesión es tan invalidante que no me permitía ni siquiera andar durante más de algunos minutos.

Hace unas pocas semanas, pasé la prueba de fuego definitiva: me fui de rebajas con mi hija a Barcelona.  Y, al volver a casa, ví que el pie no me dolía. Entonces, decidí salir a correr a ver qué tal. Qué sensación más extraña empezar a mover todos los músculos, ya agarrotados después de tantas semanas en el dique seco. Me daba la impresión de que pesaba 100 kg. En realidad no son tantos, son 55, que, con mis casi 1,70 m no están muy mal sobre el papel. Sin embargo, para una persona como yo, que en alguna etapa de mi vida adulta he llegado a pesar 49 kg, pues la verdad, me sentía como un elefante.

Empecé con pocos kilómetros, entre 5 y 9. Enseguida ví que la resistencia no era el problema, aunque no podía correr más distancia porque de nuevo me dolía el pie. Pero descansando unos días podía volver a correr de nuevo. Así he estado tres semanas, saliendo a correr solamente dos o tres días. Intentando que una de las salidas fuera lo más larga posible, y ayer ya llegué a hacer 13 km sin ningún dolor.

Como os he comentado, la resistencia no se ha visto muy afectada por este parón. Sin embargo, el ritmo es otra cosa. Ayer por ejemplo, hice los 13 km por asfalto a 5:40 min/km de media, cuando lo normal para un entrenamiento de estas características hubiera sido medio minuto menos por kilómetro. Pero bueno, lo importante es poder ir saliendo y perder "lastre", ja, ja,...

De momento sigo sin poder hacer planes, y pronto hará un año de mi última carrera. ¡En otra época me hubiera estado subiendo por las paredes! Pero en fin, espero que dure la buena racha. Ya os iré contando.

viernes, 19 de enero de 2018

Runner's blue

"De todas las cosas que comportó para mí la experiencia de la ultramaratón, sin embargo, la más significativa no fue de carácter físico, sino espiritual. Me trajo una suerte de apatía espiritual. De pronto, algo que podría denominarse la tristeza del corredor, el runner's blue (aunque se acercaba más a un blanco turbio que al azul) me envolvía como una fina película. Terminada la carrera, se enfrió esa pasión que antes sentía por el acto de correr en sí. Por supuesto, influía también el hecho de que me estaba costando bastante recuperarme del cansancio físico que me había generado, pero no era sólo eso. Ya no conseguía localizar en mi interior tan claramente como antes el entusiasmo por querer correr".

Esto lo escribía Haruki Murakami en el año 2005 refiriéndose a la carrera de 100 km del lago Saroma (Hokkaido) que corrió en 1996.

Leí "De qué hablo cuando hablo de correr" hace bastantes años, cuando empecé a participar en carreras. Recuerdo que el libro me gustó muchísimo. Entonces, ni siquiera me pasaba por la cabeza correr un maratón, y mucho menos adentrarme en la ultradistancia, así que muchas de las cosas que explicaba Murakami no las podía entender del todo. Sin embargo, después de los 185 km de la UT Camí de Cavalls de hace unos meses, reconocí en mí la apatía de la que hablaba el escritor. Así que recuperé el libro con el ánimo de encontrar respuestas.

Niebla.
Con la experiencia adquirida durante todos estos años, ahora puedo entender mejor las reflexiones de Murakami. Y, cuando llegué al capítulo de la carrera del lago Saroma, me sentí completamente reflejada en sus palabras. Murakami explica que, en esa carrera, debido al gran esfuerzo, pisó un terreno distinto y experimentó un "vaciado de consciencia". No sabía cómo ni por qué surgió su tristeza del corredor, que le hizo perder el interés en correr a toda costa. Pensó que tal vez se había hartado de correr, que lo había hecho ya durante demasiado tiempo. También creyó que quizá se había topado con la barrera de los años. Empezó a poner algo de distancia entre el correr y él, "como la que se pone frente a ese amor que ya ha perdido la irracional pasión que domina en los inicios".

Yo siento exactamente lo mismo. Y también he llegado a pensar que me habían caído de repente encima todos los años que tengo. No he encontrado las respuestas en el libro, sólo una reconfortante experiencia similar. El final es, sin embargo, esperanzador. Después de largo tiempo, Murakami consiguió salir de la bruma, aunque sin tampoco poder explicar cómo.

Todas las cosas, desde la distancia, se ven con más perspectiva.

domingo, 14 de enero de 2018

A falta de run...

Aunque salir a correr en invierno casi nunca me ha representado un gran esfuerzo, soy de las que se lo piensa bastantes veces antes de salir en bici en los días muy fríos. Pero ahora que no puedo correr debido a la lesión del pie, no me ha quedado otra opción. Salí un día a hacer 40 km en bici de carretera, pero las extremidades me quedaron tan congeladas (probablemente por la falta de equipamiento adecuado), que decidí aparcarla hasta que suban un poco las temperaturas.

Estos días estoy saliendo con la bicicleta de montaña que, debido a mi lamentable estado de forma, me hace sudar bastante. Hoy ha amanecido uno de esos días de frío intenso, sin sol, con el cielo cubierto por niebla alta. Quería hacer una salida larga, así que tendría que abrigarme bastante. Antes de salir me he duchado con agua muy caliente y me he vestido concienzudamente: camiseta térmica de manga larga, polo de invierno y cortavientos, mallas largas de invierno, calcetines gruesos de lana que utilizo para esquiar, tubular para el cuello y dos pares de guantes, unos finos y otros más gruesos. Antes de salir de casa ya estaba sudando, ja, ja, ...

La Bovera, Guimerà
He decidido seguir los caminos del sur de la ciudad, con un relieve más accidentado. Mi idea es llegar al Santuario de La Bovera, en Guimerà, y volver por el mismo camino. Fuera del núcleo urbano reina la soledad más absoluta. A lo lejos, escucho el ladrido de unos perros. El camino de ida es costoso, debido al desnivel positivo, lo que hace que casi no sienta el frío. Cuando llego al Santuario, me impresiona la soledad y el silencio que reina hoy en este histórico lugar de origen medieval. Desde lo alto, admiro por unos instantes la panorámica de la comarca y tomo el camino de vuelta.

La Bovera, Guimerà
Han sido unos pocos minutos parada, pero los suficientes para que note el aire helado en mi cuerpo. La vuelta es predominantemente en bajada, así que las piernas trabajan menos. Me tapo la boca y la nariz con el tubular, pero ya empiezo a perder la sensibilidad en los pies y en las manos.

Ya casi estoy llegando a casa.

Llegando a Tàrrega, hoy.
Llego congelada, pero con las pilas cargadas y buen ánimo. Creo que la tendinitis va a ir para largo, así que ya estoy empezando a planificar nuevas rutas en bicicleta para las próximas semanas.

¡Ya os contaré!